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El rey Balac de Moab contempló a los israelitas acampados cerca de su tierra y tembló de miedo. Había escuchado la historia de los hijos de Israel, llamados hebreos, y de su largo viaje a través del desierto. Habían ganado muchas batallas y habían derrotado a muchos enemigos. Ahora las Doce Tribus de Israel y su líder Moisés estaban allí.<br/>El rey señaló el campamento de los israelitas sobre las planicies de Moab: “¡Mirad!”, dijo a los ancianos de Madián, quienes estaban de pie a su lado. “Hay millones de ellos”. Con razón derrotaron a Og, el rey de Basán. Si son capaces de acabar con esos temibles gigantes, entonces pueden robarnos nuestra tierra fácilmente”.<br/>Los ancianos de Madián estuvieron de acuerdo. Tenían miedo de que los israelitas pudieran arrebatarles también su tierra. “Sabemos que su Dios Yahweh* es sabio y poderoso, y que nuestro ejército es pequeño”, reflexionaron. “¡Deberíamos encontrar un modo de deshacernos de ellos antes de que nos ataquen!”.<br/>* ¿Sabías que Yahweh era el nombre hebreo para Dios? – Número de diapositiva 1
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Juntas, las dos naciones elaboraron un plan absurdo para deshacerse de los israelitas. “En Mesopotamia hay un profeta famoso llamado Balaam”, dijo el rey. Si le pagásemos mucho dinero, estaría dispuesto a maldecir a quien le indicáramos”. Los ancianos de Madián sonrieron al rey: “Sí paguémosle para que maldiga a los israelitas y así deban marcharse”.<br/>Al Rey Balac le gustó la idea. Mandó a llamar a sus mensajeros y les ordenó: “Id en busca de Balaam. Le pagaré mucho dinero para que venga y maldiga a los israelitas. ¡Debemos deshacernos de los hebreos lo antes posible!”.<br/>Con una bolsa repleta de dinero, los mensajeros montaron en sus camellos y se pusieron en marcha hacia la tierra de Mesopotamia. Tras un largo viaje a través del desierto, llegaron al pueblo de Petor, cerca del Rio Éufrates, donde vivía Balaam.<br/>Un gran zigurat se alzaba por encima de las casas. Palmeras de gran tamaño se mecían con la brisa. Todos se asomaban a puertas y ventanas para contemplar a los forasteros que llegaban sobre camellos. ¿Quiénes eran aquellos mensajeros de Moab? – Número de diapositiva 2
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Los emisarios hallaron la casa donde vivía Balaam y entraron sin vacilar. “Traemos un mensaje importante del rey de Moab”, dijeron. “Sabemos que aquel a quien bendices es bendecido, y que aquel a quien maldices queda maldito. Los poderosos israelitas están acampados cerca de nuestra tierra. Ven con nosotros y maldícelos para que nos dejen en paz”.<br/>Un mensajero agitó la bolsa de dinero frente a Balaam: “El rey te pagará mucho dinero por tus servicios”, aseguró.<br/>Balaam miró el dinero con avaricia. Le gustaba la idea de obtener riquezas y poder.  Frotándose las manos, dijo a los enviados reales: “Quedaos aquí esta noche.  Hablaré con Dios y por la mañana os haré saber mi decisión”. Balaam sabía que sólo podía maldecir al pueblo de Israel si Yahweh su Dios se lo permitía.<br/>Esa noche, mientras Balaam dormía, Dios le habló: “No acompañes a hombres ni maldigas al pueblo de Israel , porque está bendecido”. – Número de diapositiva 3
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Al amanecer, Balaam habló con los mensajeros: “Volved a vuestra patria”, les pidió. Dios no me permitirá maldecir a los israelitas”. Los mensajeros estaban sorprendidos: “El rey te pagará mucho dinero. ¡Serás muy rico!” Pero Balaam sacudió la cabeza: “No. Sólo puedo acudir si Dios me lo permite”.<br/>Por mucho que lo intentaron, no hubo nada que los mensajeros pudieran hacer para que Balaam cambiara de parecer. Uno por uno, subieron a sus camellos y volvieron a Moab sin él.<br/>El Rey Balac estaba sorprendido de que Balaam no hubiese acompañado a sus emisarios. Pensaba que al profeta le habría gustado conseguir riquezas y honor.  “Yahweh no le permite maldecir a los israelitas”, le informaron los mensajeros. “Nada de lo que prometimos a Balaam consiguió hacerle cambiar de parecer”.<br/>El rey daba vueltas sin parar. ¡Necesitaba la ayuda de Balaam con urgencia!  “Escuchad”, dijo a los mensajeros, “tengo otra idea. Vamos a ofrecer a Balaam todavía más dinero a cambio de que maldiga a los israelitas”. Y esta vez envió como mensajeros a importantes personalidades. – Número de diapositiva 4
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“Ven a maldecir a los israelitas”, instaron los mensajeros a Balaam cuando se encontraron con él en Petor. “El rey de Moab te ofrece más riquezas que antes y hará lo que le pidas”.<br/>Balaam sonrió con el pecho hinchado de orgullo. Le gustaba la manera en que el rey de Moab le hacía sentir importante. “Aunque el rey me ofrezca un gran palacio rebosante de plata y oro, no puedo desobedecer a Dios y acompañaros. No obstante, quedaos aquí esta noche como hicieron los otros y escucharé lo que Dios tiene que decirme”.<br/>Dios sabía lo que Balaam tenía en su corazón. Sabía que el amor del profeta por el dinero era mayor que su obediencia hacia Él. Esa noche, mientras todos dormían, Dios le habló: “Si estos hombres te piden que vayas con ellos, prepárate y acompáñalos. Cuando llegues a la tierra de Moab, sé precavido y di sólo lo que Yo te indique”. <br/> Sin embargo, Balaam tenía otro plan en mente. – Número de diapositiva 5
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Temprano por la mañana, Balaam saltó de la cama. Ensilló su asno y partió rumbo a la tierra de Moab. Mientras montaba el pollino por un polvoriento camino,  reflexionó sobre su plan para complacer tanto a Dios como al rey. “Quizás puedo decir lo que Dios desea que diga y, a la vez, tener al rey contento”, murmuró.<br/>Mientras el ambicioso profeta se dirigía hacia la tierra de Moab, Dios decidió impedir que llevara a cabo su astuto plan: repentinamente, un magnífico ángel apareció frente a Balaam y su asno, bloqueando el camino.<br/>“¡Arre, arre!”, gritaba Balaam. El asno estaba tan asustado que sus patas comenzaron a temblar. Se salió del camino y entró en un campo sus largas orejas caídas moviéndose como alas. “¡Quieto!”, gritó Balaam. “¿Qué estás haciendo?”. A diferencia de su montura, el profeta no podía ver al ángel. Fustigó al asno con su bastón hasta que el animal regresó al sendero. – Número de diapositiva 6
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Balaam y su asno continuaron su camino hacia la tierra de Moab. Pasaron entre dos viñedos delimitados por altos muros. El ángel celestial se apareció de nuevo frente a ellos, cerrándoles el paso.<br/>Los ojos del jumento casi se le salían de sus órbitas. Se apartó bruscamente, aplastando el pie de Balaam contra el muro. “¡Ay! ¿Por qué haces esto? ¡Me duele el pie!” —gritó. Levantando el bastón por encima de su cabeza, golpeó al animal con más fuerza que antes”. <br/>Más adelante, el ángel estaba parado en un lugar angosto del camino, impidiéndoles avanzar. Cuando el burro vio al ángel por tercera vez, el terror le invadió. Se tumbó en medio del sendero y se negó a moverse.<br/>Balaam se encolerizó: “¿Qué te pasa?”, le gritó. Estaba cansado del extraño comportamiento de su asno. Nunca antes había visto al mulo comportarse de aquella manera. – Número de diapositiva 7
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Aunque los animales no pueden hablar como tú y como yo, milagrosamente Dios dio al asno de Balaam la capacidad de hablar. La bestia abrió su boca de grandes dientes lo más que pudo y, tras soltar un rebuzno, dijo: “Amo ¿por qué me tratas así?”.<br/>Balaam estaba furioso y amenazó con los puños a su asno. “Me estás haciendo quedar como un estúpido”, rugió. “Si tuviera una espada, te mataría”. El animal se quedó mirando fijamente a Balaam y se lamentó: “Toda mi vida te he servido fielmente como montura. ¿Acaso te he tratado mal alguna vez?”.<br/>En ese mismo momento, el poder de Dios abrió los ojos de Balaam, quien levantó la mirada y se quedó sin aliento. De pie en el sendero había un ángel magnífico. Pero no era un ángel ordinario. Aquel majestuoso ángel era Yeshua, el Hijo de Dios.<br/>Balaam miró a su alrededor ansioso. No había manera de escapar. Con su corazón latiendo de miedo se postró sobre la tierra ante Yeshua. Sentía pavor que no podía decir una sola palabra. – Número de diapositiva 8
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“¿Por qué has golpeado al asno tres veces?”, preguntó Yeshua a Balaam. “He venido a detenerte, porque tu modo de actuar me parece equivocado. Tu asno me vio y se apartó tres veces. ¡Si no se hubiese hecho a un lado, habría tomado tu vida y habría salvado la suya!”.<br/>Balaam estaba tendido en el suelo frente a Yeshua, suplicando misericordia. “He pecado. No sabía que te encontrabas en el sendero. Si no quieres que vaya a la tierra de Moab, regresaré a mi hogar”.<br/>“Ve a la tierra de Moab”, dijo Yeshua. “Pero solamente dirás lo que Yo te indique”.  Balaam se puso en pie rápidamente. Saltó sobre el lomo de su asno y partió hacia la tierra de Moab tan rápido como su animal pudo llevarlo.  <br/>Cuando el rey de Moab avistó a Balaam en la lejanía, corrió a recibirlo: “¿Por qué no viniste cuando te lo pedí la primera vez?”, exclamó. “¿Acaso no te envié suficiente dinero?”.<br/>“Aquí me tienes ahora”, dijo Balaam. “Pero solamente diré lo que Dios me indique”. El rey se estrujó las manos y le pidió: “Ven rápidamente y maldice a los israelitas para mí”. <br/>Pero Dios tenía otro plan en mente. – Número de diapositiva 9
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A la mañana siguiente, el rey Balac se dirigió con Balaam a un lugar elevado donde el pueblo de Moab adoraba a dioses falsos. Estos lugares eran plataformas construidas en lo alto de una colina o una montaña. Allí los moabitas sacrificaban animales en honor de dioses falsos como Baal.<br/>Desde la cima de la montaña, Balaam podía contemplar a las Doce Tribus de Israel acampadas en el valle. Dijo al rey: “Constrúyeme siete altares. Luego quema siete toros y siete carneros”. El rey hizo lo que Balaam le había pedido. Construyó siete altares de piedra y quemó siete toros y otros tantos carneros como sacrificio para Dios.<br/>Realizado el sacrificio, Balaam dijo al rey: “Quédate de pie junto a la ofrenda humeante mientras yo espero a que Dios me muestra qué hacer”. El rey aplaudió. “¡Pronto los israelitas se habrán marchado!”, se dijo, muy contento. No muy lejos, Balaam se arrodilló y se dirigió a Dios: “He levantado siete altares y he quemado un toro y un carnero en cada uno. ¿Tienes algún mensaje para el rey?”. Dios contestó: “Sí, ve con él y repítele las palabras que yo te diré”. – Número de diapositiva 10
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Balaam regresó junto al rey quien, esperaba de pie junto a los restos del sacrificio.  Extendiendo los brazos le comunicó: “Yahweh dice ‘No puedo maldecir lo que Yo he bendecido. El pueblo de Israel está bendecido más que cualquier otra nación’”.<br/>El rey Balac quedó boquiabierto. Aquél no era el mensaje que quería escuchar.  “¿Qué estás diciendo?”, gritó. Pataleó con fuerza y señaló enojado a Balaam: “Te traje aquí para que maldijeras a mis enemigos y ahora los has bendecido”.<br/>“¡Escucha!”, dijo Balaam al rey. “No hay nada que pueda hacer. Te dije que solamente podía decir lo que Dios me indicara”. El rey frunció sus cejas y se rascó la barba. No se iba a dar por vencido. “Acompáñame a otro lugar, donde puedas tener a la vista a los israelitas”, dijo. “Tal vez puedas maldecirlos desde allí”. – Número de diapositiva 11
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Con sus vestimentas aleteando violentamente, rey Balac condujo a Balaam a la cima de un monte más alto. Nuevamente, levantó siete altares de piedra y quemó un toro y un carnero en cada altar.<br/>Cuando el rey hubo hecho el sacrificio, Balaam le dijo: “Espera de pie junto a tu ofrenda humeante mientras consulto con Dios”. El rey sacudió la cabeza, impaciente. Quería que los israelitas se marchasen cuanto antes.<br/>Una vez más, Dios habló a Balaam: “Regresa con Balac y dile solamente lo que Yo te mande decir”. Balaam volvió nerviosamente la mirada hacia donde se encontraba el rey. Temía que no quisiera oír ningún otro mensaje de Dios.<br/>Pero Balaam obedeció a Dios. Fue donde el rey y le dijo: “Yahweh dice: ‘No soy como los hombres. No cambio de parecer. No retiraré Mi Bendición al pueblo de Israel. Cuando prometo algo, lo cumplo. Saqué a los israelitas de Egipto y los hice fuertes. No los maldeciré”. – Número de diapositiva 12
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“¿Qué?”. El rey se quedó mirando estupefacto a Balaam: “¡Si no puedes maldecir a los israelitas, al menos no los bendigas!”. Balaam se encogió de hombros y suspiró: “Sólo puedo decir lo que Dios desea que diga”.<br/>El rey Balac estaba tan agitado como un cohete. A la mañana siguiente llevó a Balaam a la cima de otra montaña, muy por encima de las nubes. “Quizás tu dios te permitirá maldecir a los israelitas desde aquí”, dijo el monarca. Una vez más, el rey levantó siete altares de piedra y quemó un toro y un carnero en cada altar.<br/>Viendo que a Dios le agradaba bendecir a los israelitas, Balaam contempló las llanuras de Moab donde éstos acampaban y dijo: “¡Que hermosas son las tiendas de los hebreos! Vencerán a sus enemigos. Benditos sean todos los que bendigan a Israel. ¡Malditos sean quienes maldigan a Israel!”. – Número de diapositiva 13
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El rey Balac estaba furioso. Golpeó el suelo con sus puños. “¡Te dije que maldijeras a los israelitas, pero los has bendecido tres veces! Iba a darte grandes riquezas, pero Dios ha impedido que obtengas tu recompensa. ¡Ahora vuelve a tu hogar!”.<br/>Balaam inspiró profundamente antes de hablar: “Escúchame. Les dije a tus mensajeros que aunque me ofrecieras grandes tesoros, no podría desobedecer al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Me iré, pero antes debo transmitirte otra advertencia de Dios”.<br/>El rey no estaba seguro de querer escuchar lo que Balaam tenía que decir. Temía que el profeta tuviera más noticias negativa. Pero ya era demasiado tarde. “Un Mesías surgirá de Israel y destruirá a sus enemigos”, anunció Balaam, “también a tu pueblo en la tierra de Moab”.<br/>El rey jadeó y se tapó los oídos. Aquél no era el mensaje que quería recibir. “¿Qué estás diciendo?”, gritó. “¡Calla! No quiero escuchar nada más. ¡Tan sólo márchate!”. – Número de diapositiva 14
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Balaam aún deseaba las riquezas que el rey le había prometido. Antes de marcharse, ideó un plan para perjudicar a los israelitas. Sabía que los hebreos estaban bendecidos mientras continuaran obedeciendo a Dios. Si pecaban o desobedecían las instrucciones de Dios, se maldecirían ellos mismos.<br/>“Si quieres someter a los israelitas”, dijo Balaam al rey, “invita a sus hombres a alternar con las mujeres moabitas y madianitas. Ellas les presentarán a sus dioses y los hebreos olvidarán por completo las instrucciones de Yahweh”. Los ojos del rey brillaron. Le gustaba esa idea. Sabía que los hombres de Israel se sentirían atraídos por las mujeres de Canaán. <br/>Efectivamente, los hombres de Israel comenzaron a frecuentar a las mujeres locales,  quienes tenían sus propias costumbres y dioses. Pronto los israelitas se olvidaron de las instrucciones de Yahweh acerca de no casarse con ellas o de no seguir sus costumbres. – Número de diapositiva 15
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Dios estaba furioso con los israelitas. “¡Mi pueblo me está desobedeciendo y está adorando a ídolos!”, atronó. Para enseñar una lección, envió una plaga sobre los hombres que le habían desobedecido y muchos de ellos murieron.<br/>Dios también quiso castigar a los madianitas. Estaba furioso porque éstos habían engañado a su gente para que le desobedeciera. Dijo a Moisés: “Trata a los madianitas como enemigos y atácalos”. Moisés reclutó mil hombres de cada una de las Doce Tribus de Israel y los condujo a la batalla, llevando consigo el Arca de la Alianza, una caja especial de oro en las que guardaban las tablas de piedra en las que Dios había escrito Sus Mandamientos.<br/>Los cuernos bramaron con fuerza y los tambores retumbaron. Aunque los madianitas superaban a los israelitas en número, los hebreos no tardaron en destruir a sus enemigos y ganar la batalla.<br/>Yahweh es el mismo ayer, hoy y siempre. Él promete bendecir a Sus hijos si obedecen Sus instrucciones y siguen Su Camino. Y siempre mantiene Sus promesas. – Número de diapositiva 16
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