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La ciudad de Jerusalén vibraba de emoción. La Fiesta de Pascua estaba a punto de comenzar. Cada primavera, desde los alrededores y desde lugares remotos llegaban a Jerusalén hebreos para celebrar esta fiesta y recordar cómo Dios había ayudado a sus antepasados a escapar del faraón, el rey de Egipto.<br/>“¿Vendrá Yeshua a la Pascua este año?”, se preguntaba la gente. Sabían que a las autoridades religiosas del Templo de Jerusalén no les agradaba el maestro de Galilea. No era solo que enseñara contra las reglas y las tradiciones de los hombres, sino que muchos creían que era el Mesías prometido, el salvador de Israel.<br/>Los líderes religiosos se mostraban preocupados: “Este hombre se ha hecho muy popular. La gente cree lo que dice. ¡Debemos deshacernos de él antes de que logre que todos se vuelvan contra nosotros!”. Pero Yeshua tenía tantos enemigos como partidarios. – Número de diapositiva 1
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Cuando caminaba con sus discípulos por el empinado y pedregoso camino hacia Jerusalén, les dijo lo que pasaría durante la Pascua. “El Hijo del Hombre será entregado a las autoridades. Lo golpearán, lo maltratarán y lo matarán, pero al tercer día Él resucitará”.<br/>Los discípulos de Yeshua estaban confundidos. Habían viajado por toda Galilea junto a él, escuchando sus enseñanzas y viéndolo hacer milagros. “¿Por qué habla el maestro de ser condenado a muerte?”, se preguntaban unos a otros. No entendían que moriría pronto. Pensaban que había venido para oponerse a los gobernantes romanos y para convertirse en el rey de Israel, como hizo David.<br/>Pronto, Yeshua y sus discípulos llegaron a la aldea de Betania cerca de Jerusalén. Un amigo de Yeshua, Lázaro, corrió a recibirlos. Cuando visitaba la ciudad, Yeshua se alojaba con Lázaro y con sus dos hermanas, María y Marta.<br/>Los vecinos de Lázaro, miraban por las ventanas de sus casas al famoso maestro de Galilea. “¡Aquí está el rabino que realiza grandes milagros!”, dijeron. La última vez que Yeshua había visitado Betania, Lázaro había muerto y Yeshua lo había resucitado. La historia de lo que había obrado en Lázaro se había difundido mucho más allá de su región. – Número de diapositiva 2
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Esa semana, Lázaro y sus hermanas prepararon una comida especial para Yeshua y sus discípulos. Después de haber comido, María, con lágrimas en sus ojos, abrió un frasco de perfume muy caro. Una dulce fragancia inundó la casa mientras ella lavaba los pies de Yeshua con perfume, secándoselos luego con su cabello.<br/>“Qué desperdicio de perfume”, dijo Judas, uno de los discípulos. “Podríamos haberlo vendido por mucho dinero para dárselo a los pobres”. Pero a Judas realmente no le importaban los pobres. ¡Estaba a cargo del dinero de los discípulos y lo quería para él mismo!<br/>Mirando a Judas desde el otro lado de la mesa, Yeshua dijo: “Déjala tranquila. Ha tenido este gesto bondadoso con motivo del día de mi entierro. Siempre habrá gente pobre, pero yo no estaré aquí para siempre”.<br/>Judas suspiró, frustrado. Había deseado en secreto que su maestro acabara con los romanos y gobernara a Israel. “Quedándome con Yeshua no llegaré <br/>a nada”, murmuró. “Solo habla de morir estos próximos días. ¿Dónde está el reino prometido? Quizás los líderes religiosos me pagarían bien si les revelo dónde podrían apresarlo”. – Número de diapositiva 3
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Esa noche, Judas se fue de Betania y recorrió con prisa las calles de Jerusalén hacia el palacio del sumo sacerdote. Dentro, los líderes religiosos estaban haciendo planes para arrestar a Yeshua: “La gente está comenzando a creer que ese rabino es más importante que nosotros. Algunos hasta dicen que es el Mesías. Debemos acabar con su vida lo antes posible”.<br/>“No durante la Pascua”, dijo el sumo sacerdote. “La muchedumbre lo sigue a todos lados. La gente se puede alborotar si descubren nuestro plan” Uno de los principales sacerdotes asintió suavemente: “Matemos a su amigo Lázaro también. Creen lo que dice este maestro de Galilea porque resucitó a Lázaro”.<br/>De pronto, Judas abrió la puerta e irrumpió en la sala. “¿Qué me daríais si os ayudo a capturar a Yeshua?”, preguntó. El sumo sacerdote alzó las cejas. ¡No podía creer su suerte! Un discípulo de Yeshua quería traicionarlo. Reflexionó brevemente y dijo: “Treinta monedas de plata”.<br/>Judas hizo un gesto de aceptación y, sin añadir palabra alguna, se deslizó fuera de la estancia y se fundió con la noche. “Si verdaderamente Yeshua ha venido a derrocar a los romanos, nada de lo que yo haga importará”, se dijo. A partir de ese momento, buscó la oportunidad para traicionar a su maestro. – Número de diapositiva 4
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A la mañana siguiente muy temprano, Yeshua y sus discípulos consiguieron un burro joven para que Yeshua lo montara. Al acercarse a la ciudad de Jerusalén, una multitud avisada de su visita se apresuró a recibirlo, gritando: “¡Es el Mesías!” Agitando ramas que habían cortado de unas palmeras la multitud jaleaba: “¡Baruch Haba Be’shem Adonaí! ¡Bendito sea Él, quien viene en el nombre del Señor!”.<br/>Los discípulos de Yeshua se adelantaron, alabando a Dios a voz en grito: <br/>“¡Bendito sea el Rey que llega!” La gente cubría la carretera con ramas de palma y con ropa a manera de alfombra real para dar la bienvenida a Yeshua. “¡Aquí está el tan esperado Mesías! ¡Por favor, libéranos!”, exclamaban.<br/>Un grupo de líderes religiosos llamados fariseos escucharon a los discípulos alabando a Dios. “Rabino, dile a tus discípulos que se callen”, exigieron. Pero <br/>a Yeshua no le preocupaban. “En verdad os digo que, si mis discípulos se callaran, las mismas piedras gritarían!”.<br/>Más y más gente salía de la ciudad para averiguar a qué se debía el alboroto. “¿Quién es este hombre?, preguntaban unos. “Es el profeta Yeshua, de Galilea. Él es el Mesías prometido”, contestaban otros. – Número de diapositiva 5
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Yeshua recorrió las calles de la ciudad sobre el burro hasta que llegó al templo. Sus muros de piedra se erguían hacia las alturas por encima de las casas; su tejado dorado y blanco brillaba resplandeciente bajo el sol de la mañana. <br/>En el exterior, cientos de soldados romanos vigilaban las puertas. Pilatos, <br/>el gobernador romano, no quería ningún mal comportamiento durante las cercanas Fiestas de Pascua.<br/>Dentro, el patio se había convertido en un mercadillo. Los comerciantes vendían y compraban animales, e intercambiaban dinero. Se dedicaban a engañar a la gente en vez de honrar a Dios. Yeshua apretó los puños. El templo no era un lugar para comprar y vender cosas. Había sido levantado para adorar a Dios.<br/>A la mañana siguiente, Yeshua regresó al templo y fabricó un látigo con cuerdas. Haciéndolo restallar sobre su cabeza, tiró a patadas las mesas y las banquetas de los mercaderes. “¿Cómo osáis convertir la casa de Mi Padre en un mercado?”, gritó con voz de trueno. – Número de diapositiva 6
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Esa semana Yeshua visitó el templo para impartir enseñanzas sobre Dios. Mucha gente acudió para escucharlo y para comprobar si obraba algún milagro. Él contó historias para instruirlos en los designios de Dios y en modo que Dios deseaba que se comportaran.<br/>Cuando los líderes religiosos vieron multitudes de entusiastas alrededor de Yeshua, enviaron espías para tratar de confundirlo con preguntas difíciles y así poder arrestarlo por hablar en contra de Dios: “Rabino, sabemos que enseñas las leyes de Dios. ¿Va en contra de nuestra ley pagarle impuestos al César?”.<br/>Yeshua sabía que los líderes religiosos enseñaban las leyes de Dios pero no las obedecían. “¿Por qué actuáis como hipócritas y tratáis de engañarme? Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.<br/>Otro hombre se encaró con Yeshua y le preguntó: “¿Cuál de los mandamientos de Dios es el más importante?”. A lo que él contestó: “Escucha, oh Israel. Debes amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primer y más importante mandamiento. El segundo es amar a tu prójimo como a ti mismo. Todas las instrucciones de Dios en las Escrituras están basadas en estos dos mandamientos”.<br/>Los líderes religiosos rechinaron los dientes. Aunque Yeshua hablaba en contra de sus reglas y tradiciones, seguía obedeciendo y enseñando lo que estaba escrito en la Palabra de Dios. No eran capaces de encontrar una sola razón para arrestarlo. – Número de diapositiva 7
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Al comienzo de la Pascua, Yeshua y sus discípulos se reunieron en una casa de Jerusalén para compartir mesa. Reclinándose en los cojines, Yeshua dijo: <br/>“Quería celebrar la Cena de Pascua con vosotros antes de morir. Porque no comeré nuevamente hasta que comamos juntos en el Reino de Dios”.<br/>Entonces Yeshua tomó una copa de vino, la bendijo e hizo que pasara de mano en mano: “Tomad esta copa y bebed de ella”. Luego tomó un pedazo de pan y lo bendijo: “De ahora en adelante, haced esto para recordarme”. Cortando el pan en pedazos, se los dio a sus discípulos. “Tomad este pan y comedlo. Representa mi cuerpo, que será entregado por vosotros”.<br/>Mientras los discípulos comían, Yeshua se levantó de la mesa. Vertiendo agua en una jofaina, comenzó a lavarles los pies. “No”, dijo Pedro. “¡Éste es trabajo para un sirviente!”. Yeshua contestó: “Si no me permites lavar tus pies, no podrás ser mi discípulo. Te estoy enseñando cómo comportarte”.<br/>Una vez Yeshua le hubo lavado los pies, anunció: “Esta noche uno de vosotros me traicionará”. Los discípulos dejaron de comer y levantaron la mirada, sorprendidos: “¿Señor quién haría tal cosa?”. Se miraron los unos a los otros, recelosos. “¿Será él? ¿Seré yo?”, se preguntaban.<br/>“Será aquel a quien entregue este pan”, afirmó quedamente. Luego tomó un pedazo de pan, lo mojó en aceite de oliva y se lo dio a Judas, diciéndole: “Haz lo que tengas que hacer’”. El diablo ya había envenenado el corazón de Judas para que traicionara a Yeshua. Abandonó la casa y se adentró en las tinieblas . Había llegado el momento de traicionar al Rey. – Número de diapositiva 8
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eshua continuó instruyendo a sus discípulos. Más tarde cruzó con ellos <br/>las puertas de la ciudad y los condujo hasta un jardín de olivos llamado Getsemaní, lugar al que iba frecuentemente para rezar. “Esta noche todos huiréis, abandonándome”, predijo.<br/>Pedro negó con la cabeza. “¡Imposible! ¡Aunque todos escapen, yo nunca te dejaré!”. El resto de los discípulos se mostraron de acuerdo. Ninguno de ellos podía imaginarse haciendo tal cosa. Yeshua dedicó una sonrisa triste a Pedro: “Hoy negarás conocerme en tres ocasiones antes de oír al pregonero del templo”.<br/>Yeshua se adentró en el olivar junto a sus discípulos más cercanos: Pedro, Santiago y Juan. “— Esperad aquí. Vigilad mientras rezo”, les indicó. Caminó un poquito más lejos y se arrodilló sobre la tierra para orar de esta manera: “Padre, todo es posible para ti. Por favor, no me hagas hacer esto. Sin embargo, haré lo que tú desees”.<br/>Yeshua comprendió que estaba a punto de morir para que Dios pudiera cumplir la promesa de salvar a su pueblo. El sudor le corría por la cara <br/>como gotas de sangre y caía sobre la tierra. Lleno de tristeza, rezó aún más fervientemente: “Si debo morir, que sea conforme a tu voluntad”.<br/>Yeshua regresó con sus tres discípulos y los encontró profundamente dormidos. “¿No podíais vigilar ni tan siquiera durante una hora? Hacedlo ahora mientras rezo”. Nuevamente se fue a orar y una vez más los discípulos se quedaron dormidos. La tercera vez que esto volvió a pasar Yeshua exclamó: “¡Es suficiente! Levantaos. ¡El que me ha traicionado ya está aquí!”. – Número de diapositiva 9
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Entre los olivos, Judas y un grupo de sacerdotes y guardias del templo enviados por el sumo sacerdote se dirigían hacia Yeshua. El resplandor de sus antorchas iluminaba el huerto. Judas les había dicho: “El hombre a quien bese será el que buscáis”. Se acercó Yeshua y lo besó en la mejilla, diciéndole: “—Shalom a ti, maestro”. <br/>Yeshua miró quedamente a Judas: “¿Traicionas al Hijo del Hombre con un beso? Haz lo que tengas que hacer”. Los sacerdotes señalaban enfurecidos a Yeshua. “¡Detenedlo! ¡Capturad a ese hombre!”. Los discípulos contemplaban la escena incrédulos mientras los guardias cercaban a Yeshua. No entendían qué estaba sucediendo. Todavía pensaban que su maestro había venido para derrocar a los romanos y convertirse en rey de Israel. <br/>“¿Debemos pelear, maestro?”, le preguntaron. Sin esperar una respuesta, Pedro desenvainó su espada y descargó un mandoble feroz contra un sirviente del sumo sacerdote, cortándole una oreja. “¡Pedro, suelta esa espada!”, ordenó Yeshua. “Esto es lo que mi Padre desea que yo haga. Si hubiese necesitado ayuda, Él habría enviado a un ejército de ángeles ”. Seguidamente tocó la oreja al hombre herido y quedó curada.<br/>Luego Yeshua se volvió hacia los sacerdotes. “¿Venís a arrestarme como si fuera un ladrón? He estado enseñando en el templo todos los días, pero no me habéis apresado allí. Sin embargo, todo esto ha sucedido para que se cumpla la palabra de mi Padre”. – Número de diapositiva 10
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Asustados, los discípulos asustados echaron a correr para salvar sus vidas. Temían que los guardias del templo los detuvieran a ellos también. Escaparon todos excepto Pedro y Juan, quienes siguieron a Yeshua hacia la ciudad escondiéndose en las sombras para no ser vistos.<br/>Los guardias condujeron a Yeshua al palacio de Anás, un influyente líder religioso. Anás era malvado y tenía muchos amigos romanos. Como otros líderes religiosos, era el representante de Dios ante su pueblo. Pero los líderes no siempre se comportaban como Dios deseaba que lo hicieran. <br/>Anás hizo a Yeshua astutas preguntas sobre sus enseñanzas para tratar de engañarlo. Sin embargo, Yeshua era demasiado inteligente para caer en la trampa de Anás. “He enseñado en las sinagogas y en el templo. Nunca he dicho nada en secreto. Si queréis saber qué he dicho, preguntad a la gente que me ha escuchado”. <br/>Anás se revolvió inquieto. Sus preguntas no habían engañado a Yeshua. <br/>Sin saber qué hacer señaló el camino del patio y dijo: “Llevadlo ante Caifás. Dejemos que sea él quien trate con este a quien llaman Mesías”. – Número de diapositiva 11
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Los soldados llevaron a Yeshua a la residencia de Caifás, donde los líderes religiosos se habían reunido. Caifás, que era el Sumo Sacerdote les dijo: “Este hombre enseña en contra de nuestras reglas y tradiciones. La gente cree lo que él dice. Debemos encontrar una razón para verlo muerto antes de que el pueblo lo convierta en su rey”.<br/>“Podemos ofrecer dinero para que digan de él que es un alborotador”, sugirió otro líder religioso. Recorrió la estancia con la mirada y bajó la voz: “De esta forma, con seguridad los romanos lo sentenciarán a muerte”. <br/>Esa noche llevaron a Yeshua ante el Sanedrín, el consejo religioso de los judíos. Decididos a hallarlo culpable, interrogaron a varios hombres a los que se había pagado para que mintieran sobre Yeshua. Pero los testimonios de estas personas no encajaban. Finalmente, dos hombres dieron un paso al frente. <br/>“Nosotros escuchamos a este hombre decir que él destruiría el templo y lo reconstruiría en tres días”, manifestaron.<br/>Caifás se puso en pie rápidamente y miró a Yeshua. “¿Es esto cierto?”, le preguntó. Yeshua se mantuvo en silencio. Nuevamente Caifás le preguntó: “En nombre del Dios viviente, ¿eres el Mesías prometido?”. Yeshua alzó la cabeza y miró fijamente a Caifás antes de decir: “Estás en lo cierto. Algún día me verás sentado a la derecha de mi Padre entre las nubes del cielo”.<br/>Aquél era justamente el momento que Caifás había estado esperando. <br/>“¡Ningún hombre puede afirmar que es el Mesías!”, gritó triunfalmente. “Eso es una blasfemia. ¡Está diciendo que él es Dios! ¡Debe ser condenado a muerte!”. – Número de diapositiva 12
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Mientras los líderes religiosos interrogaban a Yeshua, Pedro se calentaba junto a una fogata en el patio. Era primera hora de la mañana, pero todos estaban bien despiertos. Los sirvientes se apresuraban de un lado a otro. Los guardias se mantenían alertas a cualquier movimiento extraño. Todos sabían que algo estaba ocurriendo.<br/>Una sirvienta que estaba cuidando la puerta se quedó mirando a Pedro: “¿No eres uno de los discípulos de Yeshua?” —le preguntó”. Pedro negó con la cabeza. “No”, repuso,. “no sé de quién estás hablando”.<br/>La sirvienta no estaba segura de si a Pedro. Dirigiéndose a los hombres <br/>que estaban en torno a la fogata, señaló a Pedro y dijo: “Este hombre es un discípulo de Yeshua de Galilea”. Ante lo cual ellos le preguntaron: “ ¿Eres acaso uno de sus discípulos?”. Nuevamente, Pedro negó con la cabeza y dijo: “No, no lo soy”.<br/>Poco después, otro sirviente se acercó a Pedro y le dijo: “Yo te vi en Getsemaní con ese tal Yeshua. Debes de ser uno de sus discípulos”. Enojado, Pedro se dirigió al sirviente: “Mira, ¡no conozco a ese hombre!”.<br/>Fuera, en la oscuridad, la voz del pregonero del templo resonó la ciudad: <br/>“Todos los sacerdotes deben prepararse para el sacrificio. Que todo el pueblo de Israel acuda a rendir culto.” Pedro levantó la mirada y quedó paralizado. Unos guardias cruzaban el patio llevando consigo a Yeshua. En ese momento, Yeshua se giró y miró directamente a Pedro. Y Pedro recordó sus palabras; “Hoy me negarás tres veces antes de oír la voz del pregonero”. – Número de diapositiva 13
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Antes del amanecer, los líderes religiosos llevaron a Yeshua atado y vendado ante Pilatos, el gobernador romano. Aunque Caifás lo había considerado culpable, sólo Pilatos lo podía condenar a muerte. Pilatos había llegado desde Cesarea para mantener el orden durante la fiesta de Pascua. A menudo se quedaba en el palacio del Rey Herodes cuando visitaba la ciudad.<br/>Pilatos había preparado un lugar para juzgar a los prisioneros junto al palacio. Cada año durante la Pascua, el gobernador romano liberaba a un prisionero elegido por el pueblo. Éste fue el lugar adonde los líderes religiosos llevaron a Yeshua.<br/>Deseando que lo sentenciaran a muerte lo antes posible, dieron a Pilatos tres razones para hallarlo culpable. “Este hombre dice a la gente que desobedezcan a los romanos y que no paguen impuestos al César. Además, sostiene que <br/>es el rey de los Judíos”. Pilatos no estaba seguro de si creer o no a los líderes religiosos, pues sabía que sentían celos del maestro de Galilea. <br/>Llevando a Yeshua a un lado, Pilatos le preguntó: “¿Eres tú el rey de los Judíos?”. Yeshua respondió: “Eres tú quien lo dice. Por esto he nacido y por esto he venido al mundo: para decir la verdad”. Pilatos se frotó el mentón antes de preguntar: “Los líderes religiosos te acusan de muchas cosas malas. ¿Qué puedes decir al respecto?”. Mas para su sorpresa, Yeshua se mantuvo callado y no respondió. – Número de diapositiva 14
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Fuera del palacio, se había reunido una pequeña muchedumbre para elegir <br/>a qué prisionero se liberaba. Pilatos les preguntó: “¿Queréis liberar a Yeshua, el ‘rey de los judíos’?”. Los líderes religiosos alborotaron a la gente para que pidiera a Barrabás, un prisionero famoso. La gente gritaba: “¡No liberéis a Yeshua, liberad a Barrabás!”.<br/>Empecinados en sentenciar a Yeshua a muerte, los líderes religiosos dijeron: <br/>“Éste enseña a la gente que desobedezca a los romanos. Comenzó en Galilea y ahora ha venido aquí.”. Al escuchar que Yeshua procedía de Galilea, Pilatos tuvo una idea. Herodes Antipas gobernaba a los galileos y también se encontraba en Jerusalén para la Pascua. “Llevad este hombre a Herodes”, dijo Pilatos. “Él sabrá que hacer”.<br/>Herodes Antipas estaba encantado de ver a Yeshua. Hasta aplaudió, tanta era su alegría. “Quizás éste hombre podría realizar un milagro para mí”. dijo. Hizo muchas preguntas a Yeshua, pero éste no pronunció una sola palabra.<br/>Herodes Antipas no estaba acostumbrado a que lo ignoraran. Golpeando con sus puños sobre la mesa gritó: “¡Traed a este supuesto rey una bata del mejor lino!”. Pero Herodes no quería honrar a Yeshua, sino burlarse de él. – Número de diapositiva 15
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Una vez Herodes Antipas terminó de burlarse de Yeshua, lo envió nuevamente ante Pilatos para que éste tomara una decisión. “Este hombre no ha hecho nada malo”, dijo Pilatos a la muchedumbre. “Hasta Herodes Antipas está de acuerdo conmigo. Lo castigaré y lo dejaré libre”.<br/>Los líderes religiosos no querían que liberaran a Yeshua. Una vez más animaron a la muchedumbre para que pidieran la liberación de Barrabás. <br/>“¡Liberad a Barrabás!”, gritaba enardecida la multitud. “¡Crucificad a Yeshua!”.<br/>Mientras Pilatos contemplaba a la multitud, su esposa le transmitió un mensaje urgente: “Deja en paz a ese hombre inocente. Anoche tuve <br/>una pesadilla terrible con él.” Pilatos hizo crujir sus nudillos y reflexionó brevemente. La muchedumbre estaba creciendo. Tenía que hacer algo antes de que la gente comenzara a alborotarse. “¡Lleváoslo y dadle de latigazos!”, ordenó finalmente a sus hombres.<br/>Los soldados romanos obedecieron rápidamente y llevaron a Yeshua a su cuartel. Lo desnudaron y lo vistieron con una bata morada, ciñéndole una corona de espinas en la cabeza. “¡Viva el rey de los judíos!”, exclamaban en son de burla mientras le azotaban. Luego lo enviaron nuevamente a Pilatos, magullado y exhausto. – Número de diapositiva 16
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Pilatos estaba sentado en su sillón de juez en el exterior del palacio. Yeshua se encontraba de pie a su lado, todavía portando la corona de espinas como un rey. La muchedumbre se agitaba en oleadas, hacia los lados y hacia adelante mientras gritaba: “¡Crucificadlo! ¡Condenadlo a morir en la cruz”.<br/>Alborotado por los líderes religiosos, el gentío comenzó a amotinarse. ¡Pilatos tenía que actuar rápidamente! “¿A qué hombre queréis que libere? ¿A Barrabás al rey de los judíos?”.<br/>“¡Libera a Barrabás! ¡Libera a Barrabás!” —atronaba la multitud.<br/>“Si permites ir a este hombre, no estás de parte del César”, señalaron los líderes religiosos. “El único rey que tenemos es el César”. Pilatos dirigió una mirada a Yeshua. No quería sentenciar a aquel hombre a muerte. “No ha hecho nada malo. Barrabás sí es el culpable”, murmuró. Luego contempló a la muchedumbre, tratando de decidir qué hacer a continuación.<br/>Finalmente Pilatos se puso en pie. Con el corazón entristecido llenó un recipiente con agua y se lavó las manos con lentitud. “Soy inocente de la muerte de este hombre. Matadlo vosotros”, —espetó a la muchedumbre. Ésta vociferó: “Que su sangre se derrame sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. <br/>Pilatos se dio cuenta de que era inútil discutir con los espectadores. Estaban convencidos de que Yeshua tenía que morir. Levantando su mano para silenciarlos, anunció su decisión con voz alta y clara: “¡Liberad a Barrabás, el prisionero! ¡Crucificad al rey de los judíos!”. – Número de diapositiva 17
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© Bible Pathway Adventures – Número de diapositiva 18